El rey Ben-Hadad de Siria atacó varias veces Israel. Pero el profeta Eliseo siempre avisaba al rey de Israel para que pudiera escaparse. Así que Ben-Hadad decidió secuestrar a Eliseo. Averiguó que estaba en la ciudad de Dotán y envió allí al ejército sirio para atraparlo.
Los sirios llegaron a Dotán de noche. A la mañana siguiente, el ayudante de Eliseo salió y vio que la ciudad estaba rodeada de un gran ejército. Se asustó muchísimo y gritó: “Eliseo, ¿qué vamos a hacer?”. Eliseo le respondió: “Hay más guerreros con nosotros que con ellos”. En ese momento, Jehová hizo que el ayudante de Eliseo viera que las montañas alrededor de la ciudad estaban llenas de caballos y carros de guerra de fuego.
Cuando los soldados sirios intentaron atrapar a Eliseo, él oró: “Jehová, por favor, haz que se queden ciegos”. De repente, los soldados no tenían ni idea de dónde estaban aunque todavía podían ver. Entonces Eliseo les dijo: “Se equivocaron de ciudad. Síganme, los llevaré adonde está el hombre que buscan”. Ellos siguieron a Eliseo hasta llegar a Samaria. Allí vivía el rey de Israel.
Por fin los sirios se dieron cuenta de dónde estaban en realidad, pero ya era demasiado tarde. El rey de Israel le preguntó a Eliseo: “¿Los mato?”. Los sirios habían intentado hacerle daño a Eliseo, ¿aprovecharía él esta oportunidad para vengarse? No. Él contestó al rey: “No los mates. Dales de comer y deja que se vayan”. Así que el rey les preparó un gran banquete y después los dejó volver a sus casas.
“Esta es la confianza que tenemos con él: que le podemos pedir cualquier cosa que esté de acuerdo con su voluntad y él nos escucha” (1 Juan 5:14).