Haga de su hogar un refugio seguro
“SIN [...] cariño natural.” Con estas tristes palabras describe la Biblia a muchas personas de nuestro tiempo, período al que llama “los últimos días” (2 Timoteo 3:1, 3, 4). La epidemia del abuso infantil en la familia es una clara prueba de la veracidad de esta profecía. En efecto, el término griego original á·stor·gos, traducido al español “sin cariño natural”, da a entender la ausencia del amor que debe existir entre los miembros de la familia, especialmente entre padres e hijos. * Con demasiada frecuencia es en este ámbito donde se produce el abuso infantil.
Algunos investigadores sostienen que el depredador sexual más común es quien asume la figura paterna, aunque también es corriente que lo sean otros familiares varones. Si bien la mayoría de las víctimas son niñas, se abusa asimismo de muchos niños. El número de mujeres abusadoras no es tan bajo como pudiera suponerse. Quizás los casos que menos se denuncian son los de incesto entre hermanos, en los que un hermano mayor o más fuerte acosa o seduce a uno menor o más débil. Seguramente a usted, querido lector, le producirán asco tales actos.
¿Cómo evitar que estas cosas ocurran en su familia? Para ello es preciso que cada miembro conozca y valore ciertos principios que impiden que uno se comporte de manera abusiva. El mejor lugar para hallar dichos principios es la Palabra de Dios, la Biblia.
La Palabra de Dios y las relaciones físicas
A fin de que la familia sirva de refugio, sus integrantes tienen que seguir las reglas morales de la Biblia. La Palabra de Dios aborda el tema de la sexualidad sin mojigaterías; aunque conserva el decoro, es franca y directa. Enseña que Dios creó la intimidad sexual para el goce de los casados (Proverbios 5:15-20). Al mismo tiempo, desaprueba los actos sexuales fuera del matrimonio; por ejemplo, condena tajantemente el incesto. Note estas palabras en particular del capítulo 18 de Levítico, donde aparece una extensa lista de relaciones incestuosas prohibidas: “No deben acercarse ustedes, ningún hombre de ustedes, a nadie que sea parienta carnal próxima de él para poner al descubierto [su] desnudez [es decir, para tener relaciones sexuales]. Yo soy Jehová” (Levítico 18:6).
Jehová incluyó el incesto entre las “cosas detestables” que se castigaban con la pena de muerte (Levítico 18:26, 29). Está claro, pues, que el Creador tiene normas muy elevadas al respecto. Hoy día, muchos gobiernos ven el asunto de la misma manera, y por eso declaran ilegal el abuso sexual de menores en la familia. Por lo general, sus legislaciones consideran que mantener relaciones sexuales con un menor es una violación. ¿Por qué emplean un calificativo tan duro si no hay fuerza de por medio?
Las autoridades están empezando a reconocer lo que la Biblia ha dicho siempre sobre los niños, a saber, que son incapaces de razonar como los adultos. Por ejemplo, Proverbios 22:15 sostiene que “la tontedad está atada al corazón del muchacho”. Y el apóstol Pablo escribió por inspiración: “Cuando yo era pequeñuelo [...], pensaba como pequeñuelo, razonaba como pequeñuelo; pero ahora que he llegado a ser hombre, he eliminado las cosas características de pequeñuelo” (1 Corintios 13:11).
Un niño no alcanza a entender la real magnitud de los actos sexuales ni a imaginarse las consecuencias a largo plazo. Por ello, existe un consenso general de que los menores no están en situación de dar un consentimiento válido para tener relaciones sexuales. En otras palabras, el adulto (o el joven mayor) que tiene relaciones con un menor no puede justificarse argumentando que este no puso objeciones o que se lo buscó. El adulto es culpable de violación, lo que constituye un delito castigado comúnmente con pena de prisión. La culpa de la violación recae sobre el violador, no sobre la inocente víctima.
Tristemente, la mayoría de estos delitos quedan impunes. En Australia, por ejemplo, se calcula que solo el 10% de los agresores son enjuiciados, y pocos son declarados culpables. Lo mismo sucede en otros países. La verdad es que los gobiernos pueden hacer poco para proteger a la familia cristiana; ahora bien, aplicar los principios bíblicos logra mucho más.
Los verdaderos cristianos reconocen que el Dios que mandó incluir estos principios en su Palabra no ha cambiado. Él conoce todos nuestros actos, hasta los que realizamos fuera de la vista de los demás. Como dice la Biblia, “todas las cosas están desnudas y abiertamente expuestas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta” (Hebreos 4:13).
Dios nos pedirá cuentas si quebrantamos sus leyes y lastimamos a otros; pero, en cambio, nos bendecirá si obedecemos sus mandatos sobre la vida familiar, que son tan útiles. ¿Cuáles son algunos de ellos?
Una familia unida por el amor
‘El amor es un vínculo perfecto de unión’, asegura la Biblia (Colosenses 3:14). El amor del que hablan las Sagradas Escrituras es más que un sentimiento. Se define por las cosas que nos motiva a hacer y a evitar (1 Corintios 13:4-8). Mostrar amor en la familia significa tratar a cada uno de sus miembros con dignidad, respeto y bondad. Significa verlos como los ve Dios, quien ha asignado a cada cual una función honorable e importante.
El padre, como cabeza de la familia, ha de ser el primero en manifestar amor. Entiende que su papel no le da licencia para ser un tirano ni abusar de la autoridad que tiene sobre su esposa e hijos. Por el contrario, procura imitar la forma en que Cristo ejerció su autoridad (Efesios 5:23, 25). Por eso es tierno y amoroso con su esposa, y paciente y dulce con sus hijos. Los protege lealmente y da todo de sí para evitar cualquier cosa que pueda robarles la paz, la inocencia o su sensación de confianza y seguridad.
De igual modo, la esposa y madre desempeña una función de mucha dignidad e importancia. La Biblia utiliza el instinto protector que manifiestan las madres en el reino animal para ilustrar la protección que Jehová y Jesús brindan a sus siervos (Mateo 23:37). Así mismo, la madre humana protege incondicionalmente a sus hijos. Está dispuesta a sacrificar su propia seguridad y bienestar por la de ellos porque los ama. Ni ella ni el padre abusan del poder ni recurren a la intimidación en su trato mutuo o con los hijos; tampoco permiten que estos lo hagan con sus hermanos.
Cuando los miembros de la familia se tratan con respeto y dignidad, hay buena comunicación. Dice el escritor William Prendergast: “Todos los padres deben mantener una comunicación diaria, constante y estrecha con sus hijos pequeños o adolescentes”, y añade: “Esta parece ser la mejor solución al problema del abuso sexual”. De hecho, la Biblia recomienda este tipo de comunicación constante y amorosa (Deuteronomio 6:6, 7). Si se sigue dicha pauta, el hogar se convierte en un lugar donde todos pueden sentirse seguros y expresarse con total libertad.
Es cierto que vivimos en un mundo malvado y no es posible prevenir todos los casos de abuso; pero contar con un hogar seguro es una bendición de Dios. Si un miembro de la familia sufre daño fuera, sabe adónde correr a buscar consuelo y compasión. Un hogar así es un verdadero remanso en medio de un mundo plagado de problemas. ¡Que Dios corone con éxito sus esfuerzos por hacer de su casa un refugio seguro!
^ párr. 2 Este término del griego antiguo se define “de corazón duro hacia los parientes”. Un comentario bíblico lo traduce “sin afectos humanos” y explica que tales afectos se refieren especialmente al “amor familiar”.
LA ATALAYA (EDICIÓN DE ESTUDIO)