CAMILLA ROSAM | BIOGRAFÍA
Mi objetivo en la vida ha sido obedecer a Jehová
Mis abuelos conocieron la verdad en 1906, poco después de que su hijo muriera de difteria. Su médico era un Estudiante de la Biblia, como se conocía a los testigos de Jehová en aquel momento. Para consolarlos, él les mostró las maravillosas promesas de la Biblia, entre ellas la esperanza de la resurrección. Gracias a eso, mis abuelos, mi mamá y mi tía también se hicieron Estudiantes de la Biblia.
Durante muchos años, esos familiares sirvieron a Jehová con mucho entusiasmo. Las mujeres incluso llegaron a ser acomodadoras cuando se presentó el “Foto-Drama de la Creación” en Chicago (Illinois, Estados Unidos). Lamentablemente, mi mamá fue la única que siguió sirviéndole a Jehová. Esto fue un golpe muy duro porque la familia siempre había sido muy unida y había adorado a Jehová junta hasta los años treinta. La lealtad y obediencia a Jehová de mi madre y el ejemplo de mi padre, que fue un Estudiante de la Biblia muy leal, hicieron mella en mí.
Nací en 1927. Soy la mayor de seis hermanos, y todos decidimos servir a Jehová. Mi papá era carpintero, y vivíamos en una casa muy bonita en las afueras de Chicago. Teníamos un huerto grande y criábamos gallinas y patos.
¡A mí me encantaba trabajar! Y una de mis tareas era remendar los calcetines o medias de toda la familia. Hoy en día, ya no se remiendan muchas cosas. Pero antes, cuando los calcetines se rompían, no se tiraban a la basura, sino que agarrábamos hilo y aguja y los cosíamos. Esto me fue muy útil porque luego tuve que coser mucho en mi vida.
El buen ejemplo de mis padres
Mi papá siempre se aseguraba de que no descuidáramos las cosas espirituales. Así que íbamos a todas las reuniones, siempre salíamos a predicar y analizábamos un texto de la Biblia todos los días. Los sábados en la noche, estudiábamos la Biblia en familia con la ayuda de la revista La Atalaya.
Para predicarles a los vecinos, mi papá puso un letrero luminoso en una ventana de la casa. Lo hicieron los hermanos y anunciaba el discurso público o alguna de nuestras publicaciones. La luz del letrero se encendía y se apagaba, y eso les llamaba la atención a las personas que iban pasando por allí. Mi papá también puso dos carteles en el auto.
Con lo que decía y hacía, mi papá nos enseñó que obedecer a Jehová era muy importante. Y mi mamá lo apoyaba en todo. Cuando mi hermana menor tenía cinco años, mi mamá se hizo precursora, y siguió siéndolo durante muchísimos años hasta el final de su vida. ¡Tuve los mejores padres del mundo!
En aquel entonces la vida era muy diferente. Como no teníamos televisión, mis hermanos y yo nos sentábamos en el suelo y nos entreteníamos escuchando unas series que ponían en la radio. Pero lo que más nos gustaba escuchar en la radio eran los programas que preparaba nuestra organización.
Asambleas, gramófonos y pancartas
Nos encantaba ir a las asambleas de los testigos de Jehová. En la asamblea de 1935, aprendimos que la “gran muchedumbre” que sobrevive a “la gran tribulación”, y que se menciona en Apocalipsis 7:9, 14, viviría para siempre en un paraíso en la Tierra. Hasta ese momento, tanto mi padre como mi madre tomaban del pan y el vino en la Conmemoración. Pero después de la asamblea solo mi padre siguió haciéndolo. Mi mamá se dio cuenta de que su esperanza no era la de reinar con Cristo en el cielo, sino la de vivir para siempre en la Tierra.
Todavía recuerdo como si fuera ayer la asamblea que se celebró en San Luis (Misuri) en 1941. Yo tenía 14 años y me había bautizado el año anterior. A esa asamblea asistió el hermano Rutherford, que dirigía la obra por aquel entonces. Él presentó el libro Hijos. ¡No podíamos parar de aplaudir! Parece que me estoy viendo con otros niños haciendo fila y acercándome a la plataforma para conseguir mi libro.
En aquella época, la predicación era muy diferente. Por ejemplo, en los años treinta usábamos gramófonos portátiles. Así que, antes de tocar a una puerta, teníamos que preparar el gramófono y asegurarnos de que la aguja estuviera en el lugar correcto. Cuando la persona salía, le hacíamos una breve presentación y le poníamos un discurso basado en la Biblia de cuatro minutos y medio. Luego le ofrecíamos una publicación. No recuerdo que las personas de nuestra zona fueran maleducadas. Al contrario, nos escuchaban con respeto. Mi papá me regaló mi primer gramófono cuando me hice precursora a los 16 años. ¡Me sentía tan orgullosa cuando lo usaba en la predicación! Por cierto, mi compañera de precursorado se llamaba Lorraine y era un amor.
También había otra forma de predicación: las marchas con pancartas. Las llamábamos así porque nos colgábamos un cartel por delante y otro por detrás con frases como “La religión es un lazo y un fraude” y “Sirva a Dios y a Cristo el Rey”. ¡Parecíamos un sándwich!
Las reuniones nos preparaban para hacerle frente a la oposición y nos enseñaban cómo defender la verdad. Y la oposición no tardó en llegar. La primera vez que fuimos a ofrecer revistas a una zona de negocios, la policía nos metió en un vehículo y nos llevó a la estación de policía. Cuando nos soltaron varias horas más tarde, nos sentíamos felices porque nos habían perseguido por haber sido obedientes a Jehová.
El matrimonio, Galaad y una llamada a filas
Tiempo después, Lorraine me presentó a un hermano que había conocido en una asamblea en Minneapolis (Minnesota). Su nombre era Eugene Rosam y había crecido en Cayo Hueso (Florida). Cuando Eugene tenía unos 15 años, lo expulsaron de la escuela por negarse a participar en una ceremonia patriótica. De inmediato se hizo precursor. Un día, se encontró con una excompañera de clase que quiso saber por qué lo habían expulsado, ya que Eugene era muy buen estudiante. Como él le contestó sus preguntas usando la Biblia, ella aceptó un curso bíblico, y con el tiempo llegó a ser una hermana muy fiel.
Eugene y yo nos casamos en 1948 y comenzamos a servir como precursores en Cayo Hueso. Luego, asistimos a la clase 18 de la Escuela de Galaad y nos graduamos a principios de 1952. Como en la escuela nos enseñaron español, pensábamos que nos iban a mandar como misioneros a un país de habla hispana. Pero esto no sucedió. Mientras estábamos en Galaad, la guerra de Corea estaba en pleno apogeo, y a Eugene lo llamaron a filas. Esto nos cayó como un balde de agua fría, porque, durante la Segunda Guerra Mundial, Eugene quedó exento de ir a la guerra por ser ministro religioso. Pero ahora, como lo habían llamado del Ejército, no nos podíamos ir de Estados Unidos. Esto me dolió muchísimo y no podía parar de llorar. Dos años después, finalmente le dijeron a Eugene que ya no estaba obligado a ir a la guerra. Esta experiencia nos enseñó una lección muy valiosa: cuando una puerta se cierra, Jehová puede abrir otra. Y eso fue lo que hizo con nosotros. Solo necesitábamos ser pacientes.
En el circuito, en el distrito y luego a Canadá
Durante un tiempo, pudimos servir como precursores en una congregación de habla hispana en Tucson (Arizona). Y en 1953 nombraron a Eugene superintendente de circuito. Durante el tiempo que realizó esta labor, estuvimos en Ohio, California y la ciudad de Nueva York. Y en 1958 lo nombraron superintendente de distrito. a En esa época viajamos por California y Oregón. Siempre nos alojábamos con los hermanos. En 1960 nos mandaron a Canadá, donde estuvimos hasta 1988. Allí Eugene fue instructor de la Escuela del Ministerio del Reino, un curso para los superintendentes de congregación.
Una de las experiencias más bonitas que recuerdo de cuando estuve en Canadá es la de Gail y su familia. La conocimos predicando de casa en casa. Gail nos dijo a una hermana y a mí que sus hijos estaban muy tristes porque su abuelo había muerto. No entendían por qué y le preguntaban adónde había ido. Pero Gail no sabía qué decirles, así que nosotras la consolamos y le respondimos sus preguntas con la Biblia.
Como en ese entonces estábamos haciendo la visita de circuito a esa congregación, solo estuve allí una semana. Pero la otra hermana que iba conmigo volvió a visitar a esa familia. ¿Qué pasó con ellos? Pues que Gail, su esposo, Bill, y sus tres hijos —Christopher, Steve y Patrick— aceptaron la verdad. Chris sirve como anciano en Canadá, Steve es instructor de escuelas bíblicas en el centro educativo de Palm Coast (Florida) y Patrick es miembro del Comité de Sucursal de Tailandia. Eugene y yo hemos mantenido esa amistad por años. ¡Estoy muy feliz de haber puesto mi granito de arena para que esta familia llegara a conocer a Jehová!
Vemos nacer los Comités de Enlace con los Hospitales
Allí, en Canadá, Jehová le dio a Eugene la oportunidad de participar en un proyecto emocionante con unos resultados que nunca pudimos imaginar. Déjenme que les cuente.
Hace años, la gente no entendía muy bien por qué los testigos de Jehová no aceptábamos transfusiones de sangre, y se decían cosas que no eran ciertas. Por ejemplo, los periódicos de Canadá publicaban artículos en los que decían que los Testigos dejábamos morir a nuestros hijos porque no queríamos ponerles sangre. Mi esposo colaboró para desmentir esas historias. Eso fue todo un honor.
Antes de la asamblea internacional que se celebró en Búfalo (Nueva York) en 1969, Eugene y varios hermanos más visitaron los hospitales más importantes de la zona para informarles que unos 50.000 testigos de Jehová de Canadá y Estados Unidos se reunirían en esta ciudad. Los hermanos aprovecharon la oportunidad para darles a los médicos artículos sobre tratamientos sin sangre que se habían publicado en revistas muy respetadas. Así los médicos verían lo razonable que es nuestra postura sobre el uso de la sangre y, si surgía una emergencia durante la asamblea, sabrían cómo atenderla. Como los médicos reaccionaron tan bien, Eugene y otros hermanos se animaron a empezar a visitar hospitales en Canadá. También ayudaron a los ancianos del lugar a estar mejor preparados ante una emergencia médica.
Poco a poquito esos esfuerzos fueron dando resultado. Esto fue tan solo el inicio de algo extraordinario. ¿Se imaginan de qué se trata?
A mediados de los ochenta, Eugene recibió una llamada de la central mundial, que estaba en Brooklyn (Nueva York). Era el hermano Milton Henschel. Le explicó que el Cuerpo Gobernante quería ampliar un programa que ya funcionaba en Estados Unidos y que daba más información a los médicos sobre el tema de la sangre. Así que nos mudamos a Brooklyn y, en enero de 1988, el Cuerpo Gobernante creó un departamento en la central mundial que se llamó Servicios de Información sobre Hospitales. Después les pidieron a mi esposo y a otros dos hermanos que dieran unos seminarios, primero en Estados Unidos y luego en otros países. Muy pronto, se formaron departamentos de Información sobre Hospitales en diferentes sucursales y Comités de Enlace con los Hospitales en varias ciudades. ¡Solo Jehová sabe la cantidad de Testigos y sus hijos que se han beneficiado de estos regalos que él les ha hecho! Mientras Eugene daba los seminarios y visitaba hospitales, yo me quedaba en Betel trabajando en el taller de costura o en la cocina.
Mi mayor prueba
En el 2006, llegó la peor prueba para mí: mi querido Eugene falleció. ¡Extraño tanto su cariño y su compañía…! Pero hay varias cosas que me han ayudado a aguantar. Por ejemplo, le oro a Jehová y siempre leo la Biblia, presto atención al análisis del texto diario que se hace aquí en Betel y leo todo el capítulo de donde se sacó el texto. Y para mí es un honor seguir muy ocupada en mi trabajo aquí en Betel en el Departamento de Costura. Incluso tuve el privilegio de ayudar a hacer las cortinas para Salones de Asambleas de Nueva Jersey y Nueva York hace algunos años. Ahora sigo sirviendo en Betel, en Fishkill, haciendo trabajitos de costura. b
Para mí lo más importante es amar a Jehová y obedecerles a él y a su organización (Hebreos 13:17; 1 Juan 5:3). Como Eugene tenía las mismas prioridades, estoy segura de que Jehová nos permitirá reencontrarnos y vivir para siempre en el Paraíso (Juan 5:28, 29).