¡MIRA, el barco se hunde! ¡Se está desbaratando! ¿Ves a la gente que ha saltado al agua? Algunos ya están llegando a la playa. ¿Está Pablo allí? Veamos que le ha estado sucediendo.
Recuerda, por dos años tienen a Pablo prisionero en Cesarea. Entonces ponen a Pablo y otros prisioneros en un barco para Roma. Cerca de la isla de Creta, una terrible tormenta los azota. Los hombres no pueden guiar el barco. Y no pueden ver el Sol durante el día ni las estrellas de noche. Finalmente, después de muchos días, los viajeros pierden toda esperanza de ser salvos.
Entonces Pablo se levanta y dice: ‘Ninguno de ustedes perderá su vida; solo el barco se perderá. Porque anoche un ángel de Dios vino a mí y me dijo: “¡No temas, Pablo! Tienes que llegar a estar delante de César el gobernante romano. Y Dios salvará a todos los que viajan contigo.” ’
¡Para la medianoche del día 14 desde el principio de la tormenta, los marineros notan que el agua no es tan profunda! Temiendo estrellarse contra unas rocas en la oscuridad, echan las anclas. La mañana siguiente ven una bahía. Deciden tratar de guiar el barco hasta la playa allí.
Pues bien, cuando se acercan a la playa, el barco da contra un banco de arena y encalla. Entonces las olas empiezan a azotarlo, y el barco empieza a hacerse pedazos. El encargado, un oficial militar, dice: ‘Todos los que puedan nadar, naden a la playa; los demás salten después, y usen pedazos del barco para flotar.’ Eso hacen, y las 276 personas que estaban en el barco llegan a salvo a la playa, tal como el ángel había prometido.
La isla se llama Malta. La gente es muy bondadosa, y ayuda a los que han venido del barco. Cuando el tiempo mejora, a Pablo lo ponen en otro barco y lo llevan a Roma.