LA BIBLIA LES CAMBIÓ LA VIDA
Aprendí a respetar a las mujeres y a respetar mi vida
Relatado por Joseph Ehrenbogen
AÑO DE NACIMIENTO: 1960
PAÍS: FRANCIA
OTROS DATOS: ERA DROGADICTO, VIOLENTO Y MALTRATABA A LAS MUJERES
MI PASADO.
Nací en Mulhouse, en el noreste de Francia, y me crié en un violento barrio obrero. Mis recuerdos de la niñez son de peleas entre familias del barrio. En la mía, los hombres despreciaban a las mujeres y apenas las tomaban en cuenta. Me decían que el lugar de la mujer era la cocina y que debía cuidar del esposo y los hijos.
Mi infancia fue muy difícil. Cuando tenía 10 años, murió mi padre por su adicción al alcohol. Cinco años después, se suicidó uno de mis hermanos mayores y presencié un asesinato en una pelea familiar que me traumatizó. Algunos parientes me enseñaron a usar navajas y pistolas y a pelear siempre que hiciera falta. Me convertí en un joven problemático, me tatué todo el cuerpo y me hice alcohólico.
Con 16 años bebía entre 10 y 15 cervezas al día y empecé a probar las drogas. Para costear mis vicios, vendía chatarra y robaba. Con apenas 17 años, ya había pasado por la cárcel. En total, estuve preso 18 veces por robo y violencia.
A los 20, mi situación empeoró. Llegué a fumar 20 cigarrillos de marihuana diarios y consumía heroína y otras sustancias ilegales. Varias veces estuve a punto de morir de sobredosis. Traficaba con drogas e iba siempre armado. En una ocasión le disparé a un hombre; menos mal que la bala rebotó en la hebilla de su cinturón. Cuando yo tenía 24 años, mi madre murió y me volví aún más agresivo. La gente se asustaba al verme y cruzaba la calle. Muchos fines de semana acababa en la comisaría tras alguna pelea, o en el hospital para que me cosieran las heridas.
A los 28 años me casé y, claro, no trataba a mi esposa con respeto. La insultaba y le pegaba. No le dedicaba nada de tiempo; pensaba que con cubrirla de joyas robadas era suficiente. Pero entonces ocurrió algo inesperado: ella empezó a estudiar la Biblia con los testigos de Jehová. Después de su primera clase, dejó de fumar, no quiso dinero robado y me devolvió todas las joyas. Yo le prohibí que estudiara la Biblia. Estaba hecho una furia; le echaba el humo del cigarrillo en la cara y la ridiculizaba por todo el barrio.
Una noche, estando muy borracho, le prendí fuego a nuestro apartamento. Mi esposa nos salvó de las llamas a mí y a nuestra hijita de cinco años. Cuando se me pasó la borrachera, me sentí terriblemente culpable. Estaba convencido de que Dios jamás me perdonaría. Recordé que había oído decir a un sacerdote que los malos van al infierno. Hasta mi psiquiatra me dijo: “Eres un caso perdido. No hay quien te salve”.
CÓMO LA BIBLIA ME CAMBIÓ LA VIDA.
Después del incendio, nos fuimos a vivir a la casa de mis suegros. Los Testigos vinieron a ver a mi esposa, y yo les pregunté si Dios perdonaría mis pecados. Abrieron la Biblia y me leyeron 1 Corintios 6:9-11. Allí se mencionan conductas que Dios condena, pero también dice: “Eso era lo que algunos de ustedes eran”. Aquellas palabras me dieron la confianza de que podría cambiar. Los Testigos me leyeron 1 Juan 4:8 para mostrarme que Dios me quería. Eso me animó tanto, que les pedí que me dieran clases de la Biblia dos veces por semana y empecé a asistir a sus reuniones cristianas. Le oraba a Jehová todo el tiempo.
En cuestión de un mes, me decidí a dejar las drogas y el alcohol. Pero mi cuerpo me los seguía exigiendo. Tuve síndrome de abstinencia, por lo que empecé a sufrir fuertes migrañas, espasmos estomacales y calambres, y a tener horribles pesadillas, entre otros síntomas. Sin embargo, sentía que Jehová me estaba sosteniendo y dando fuerzas. Me ocurría lo mismo que al apóstol Pablo, que dijo sobre la ayuda que Dios le dio: “Para todas las cosas tengo la fuerza en virtud de aquel que me imparte poder” (Filipenses 4:13). Con el tiempo, también pude dejar el tabaco (2 Corintios 7:1).
La Biblia me ayudó a recuperar el control de mi vida y a mejorar nuestra vida de familia. Empecé a tratar a mi esposa con respeto y a decirle “por favor” y “gracias”. También empecé a pasar más tiempo con mi hija. Tras un año estudiando la Biblia, seguí el ejemplo de mi esposa: decidí hacerme testigo de Jehová y me bauticé.
QUÉ BENEFICIOS HE OBTENIDO.
Estoy convencido de que la Biblia me salvó la vida. Hasta mis parientes que no son Testigos reconocen que, de no ser por estos cambios, probablemente habría muerto de sobredosis o en una pelea.
Nuestra vida de familia dio un giro total cuando empecé a cumplir con mis responsabilidades de esposo y padre, tal como enseña la Biblia (Efesios 5:25; 6:4). Empezamos a hacer cosas juntos. Ya no pretendo que mi esposa esté siempre en la cocina; todo lo contrario, dedica mucho de su tiempo a predicar, y a mí me encanta ayudarla. Por su parte, ella me apoya para que pueda cumplir con mis tareas como anciano de congregación.
El amor y la misericordia de Dios han cambiado por completo mi vida. Sé que cualquier persona puede limpiar su vida y darle sentido gracias a la fuerza que da la Biblia. Por eso, deseo de todo corazón hablarles de Jehová a quienes parecen casos perdidos, porque yo era uno de ellos. La Biblia me ha enseñado a tratar a todas las personas con respeto, sean hombres o mujeres; pero también me ha enseñado a tratar mi vida con respeto.
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